Uno de los términos que peor fama y más miedo ha suscitado en las últimas décadas ha sido el de “transgénico”. En el imaginario colectivo es concebido como algo negativo, pero ¿ha existido algún problema sanitario o medioambiental relacionado con los alimentos transgénicos?
La respuesta es un claro y rotundo no.
¿Qué es un transgénico y para qué se utiliza?
Un transgénico es un organismo en el que se ha introducido un fragmento de ADN de otra especie mediante técnicas de ingeniería genética.
Comer alimentos que poseen uno o varios genes de otras especies es más fácil de lo que parece. Basta con consumir una pieza de fruta procedente de un árbol que ha recibido material genético de otro mediante la práctica agrícola del injerto. Sin embargo, este tipo de fruta no se etiqueta como transgénica porque su genoma ha sido modificado mediante técnicas tradicionales y no a través de ingeniería genética.
Además de aplicarse a los alimentos, la tecnología transgénica también se utiliza para fabricar algodón o productos tan cotidianos como detergentes, material higiénico sanitario o billetes de euro, entre otros. También se puede emplear para elaborar vacunas como la de la COVID o una gran variedad de medicamentos como, por ejemplo, la insulina, un transgénico utilizado a diario por los pacientes con diabetes.
La tecnología transgénica no es más que una técnica capaz de mejorar plantas o animales dotándolos de características concretas como, por ejemplo, ser tolerantes a insectos o herbicidas o, entre otras cosas, ser capaces de producir alguna vitamina o algún nutriente determinados.
Transgénicos: parte de nuestra cadena alimentaria
La legislación europea establece la obligatoriedad de etiquetar los productos para el consumo humano que contengan más de un 0,9 % de Organismos Genéticamente Modificados (OGM). Sin embargo, encontraremos muy pocos alimentos con esta etiqueta en el supermercado.
Las campañas llevadas a cabo en contra de dichos organismos provocaron que muchos distribuidores alimentarios optaran por no utilizar la tecnología transgénica. De hecho, actualmente en Europa tan solo se cultiva una variedad transgénica de maíz, aunque se importan más de cien de ellas, además de otras variedades genéticamente modificadas de soja, remolacha, algodón o colza.
Gran parte de la carne, los huevos o la leche que consumimos son transgénicas aunque no hayan sido etiquetadas como tal.
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Estos cereales trans de importación son utilizados principalmente para alimentar el ganado. Por tanto, gran parte de la carne, los huevos o la leche que consumimos son transgénicas aunque no hayan sido etiquetadas como tal.
El marco normativo de la Unión Europea
La normativa para el etiquetado de productos genéticamente modificados afecta únicamente a la industria alimentaria de los países de Unión Europea. Los demás productos y medicamentos compuestos o fabricados a partir de plantas o animales transgénicos no están obligados a especificar el uso de OGM en su embalaje. En otros países tampoco existe tal obligatoriedad. De hecho, más del 80% de la soja y del 25% del maíz que se comercializa en todo el mundo ha sido modificado genéticamente, así como gran parte de la colza, el algodón, el arroz y el trigo.
En Estados Unidos la producción de azúcar proviene mayoritariamente de remolacha transgénica y en Filipinas ya es posible cultivar arroz dorado, una variedad de este cereal modificada genéticamente para aportar vitamina A.
La realidad es que llevamos casi treinta años consumiendo y vistiendo productos trans sin que ello haya supuesto un impacto negativo sobre nuestra salud. Esto demuestra que la tecnología transgénica es una de las muchas herramientas que nos hacen la vida más cómoda.
Tecnología CRISPR, una nueva alternativa
En los próximos años podremos ver la aparición de nuevos alimentos transgénicos en nuestros supermercados como, por ejemplo, el trigo apto para celiacos o tomates y piñas ricas en antioxidantes. Y en un futuro no muy lejano podremos adquirir alimentos editados genéticamente mediante las herramientas CRISPR, una novedosa tecnología de edición genética que, a diferencia de la transgénica, no introduce ningún gen externo en el organismo, sino que modifica su propio ADN.
Por el momento, Japón es el único país del mundo que permite la comercialización de un alimento modificado genéticamente mediante esta tecnología: una variedad de tomate entre 5 y 6 veces más rico en GABA, un neurotransmisor que ayuda a reducir el estrés y la presión arterial.
Los alimentos modificados genéticamente tienen y tendrán un papel clave en nuestra alimentación. Teniendo en cuenta que hasta el momento no han causado problemas de salud, dejemos de preocuparnos por si los productos que consumimos son transgénicos o CRISPR y preocupémonos simplemente por llevar una dieta equilibrada.