Desde siempre, los humanos hemos soñado con vivir eternamente o, por lo menos, alargar nuestra existencia lo máximo posible. Es cierto que todos los seres vivos luchan constantemente para sobrevivir pero, en nuestro caso, la presión es mayor, pues somos los únicos animales conscientes de que disponemos de un tiempo limitado en este planeta, lo que nos empuja a buscar soluciones de forma desesperada.
Hasta hace relativamente poco, el concepto de frenar el proceso del envejecimiento era más propio de la ficción que de la ciencia. Con todo, los avances iniciados a finales del siglo pasado han hecho que, por primera vez, estemos discutiendo seriamente sobre qué podemos hacer para evitar los efectos negativos del paso del tiempo en el cuerpo humano. Vivir más y mejor derrotando el desgaste que nos impone el envejecimiento ha pasado de ser una fantasía a una posibilidad muy real.
Vivir más y mejor derrotando el desgaste que nos impone el envejecimiento ha pasado de ser una fantasía a una posibilidad muy real.
Como suele ocurrir en medicina, hasta que no hemos entendido bien los procesos biológicos fundamentales del envejecimiento no hemos empezado a pensar que podíamos influir en este proceso. En las últimas décadas, hemos pasado de ver la vejez como un efecto secundario irreversible, la consecuencia inevitable de estar vivos, a considerar que se trata simplemente de una serie de cambios bioquímicos y celulares perfectamente definibles y cuantificables y, por tanto, teóricamente evitables. De hecho, existe una corriente científica, no compartida por todos los expertos en el tema, que considera el envejecimiento como una enfermedad no tan diferente del cáncer o de la diabetes. Según esta línea de pensamiento sería lógico pensar que la senectud se puede “curar”.
La inmortalidad existe
El envejecimiento no es un proceso necesariamente ineludible, pues la naturaleza nos demuestra que existen maneras de evitarlo. Por ejemplo, parece que algunas medusas son inmortales, ya que sus tejidos nunca se degeneran. Es el caso también de la hidra, que vive hasta 1400 años a base de reemplazar células viejas por nuevas. En cambio, en el caso de las tortugas y de las ballenas es un proceso extremadamente lento, mucho más que el nuestro, por lo que estos organismos se han convertido en objeto de estudio para entender en qué se diferencian de nosotros. Asimismo, aunque algún día entendamos cómo consiguen dilatar su estancia en nuestro planeta, seguramente será difícil que podamos trasladar a los humanos el complejo entramado genético y celular que debe determinar su resistencia al paso del tiempo.
Aún no hemos encontrado una manera efectiva de frenar o reducir esta degeneración de los tejidos.
Con todo, sigue intacta la esperanza de que podamos encontrar alguna manera de ralentizar nuestro proceso de envejecimiento. Tras unas cuantas décadas de intensa investigación, tenemos ya un listado bastante completo de los mecanismos que definen los cambios que vemos con el paso del tiempo en nuestros órganos. A nivel microscópico, y simplificando un poco, lo primero que encontraremos es que las células se “estropean” día tras día. El paso del tiempo causa una serie de cambios específicos que asociamos a la edad avanzada. Estos no son otra cosa que la consecuencia del mal funcionamiento de determinados tejidos celulares que, llegado el momento, no pueden seguir activos. Existe, por tanto, una “fecha de caducidad” inscrita en nuestros genes (y sin duda modificada por el entorno) que, según algunos expertos, nunca sobrepasaría los 130 años de edad (Jeanne Calment, la persona más longeva registrada hasta la fecha, vivió hasta los 122 años).
Vendedores de humo
A pesar de los conocimientos actuales, y de lo que leemos a veces en la prensa, aún no hemos encontrado una manera efectiva de frenar o reducir la degeneración de los tejidos. No existe, en estos momentos, ningún fármaco, crema o procedimiento aprobados por las autoridades sanitarias que demuestren, de forma científica, su capacidad de retardar los procesos biológicos del envejecimiento. Esto no quiere decir que no sea posible, sino que necesitamos más tiempo para diseñar formas efectivas de frenar aquellos eventos moleculares que sabemos influyen de forma decisiva en el proceso de deterioro de nuestro organismo.
Con todo, ya existe una industria montada en torno a productos y estrategias anti-envejecimiento que, tan sólo en Estados Unidos, genera 75.000 millones de dólares al año. La mayoría de ellos se basan en algún descubrimiento relevante, aunque siempre son datos preliminares de laboratorio que aún hay que validar en humanos. Además, los organismos regulatorios oficiales que aprueban los fármacos destinados al consumo humano no intervienen en el mercado de los llamados “suplementos”, término con el que se conocen estos productos. Como es lógico, los resultados que se observan en un entorno artificial o en animales no pueden no ser los mismos cuando se llevan a cabo en personas, por lo que es importante la validación científica para asegurar la efectividad de estos tratamientos.
La píldora de la eterna juventud
Según un grupos de expertos, pronto verá la luz el primer fármaco con efectos reales gracias al boom que ha vivido la ciencia del antienvejecimiento en la última década. Actualmente, se cree que existen nueve factores responsables del envejecimiento de los tejidos, los cuales determinan los efectos del paso del tiempo en nuestro cuerpo. Ya se están probando en animales varias estrategias destinadas a bloquear uno o más de estos factores, las cuales prevén, entre otros, alargar los telómeros, recuperar las células madre, eliminar los cambios epigenéticos en el ADN, reducir el daño oxidativo o defnir alguna forma de restricción calórica.
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Necesitamos más tiempo para diseñar formas efectivas de frenar estos eventos moleculares que sabemos que influyen de forma decisiva en el envejecimiento.
De todas ellas, la que parece tener más posibilidades de éxito a corto o medio plazo es la eliminación de las células viejas, también conocidas como senescentes. Muchos de los procesos que llevan al envejecimiento acaban generando este tipo de células que, poco a poco, llenan los tejidos celulares e impiden que el resto hagan sus tareas habituales, por lo que, a largo término, los órganos dejan de funcionar correctamente. La limpieza de los tejidos celulares podría realizarse con una nueva generación de fármacos, los llamados senolíticos, que son objeto de diferentes investigaciones científicas.
Un medicamento senolítico es cualquier compuesto capaz de destruir células senescentes sin tocar el resto. Su efectividad ya ha sido experimentada con éxito en animales de laboratorio y existen ensayos clínicos en humanos que estudian sus efectos en enfermedades relacionadas con el envejecimiento y con un exceso de células senescentes, como podrían ser la fibrosis pulmonar, el cáncer o el Alzheimer.
Se prevé que los senolíticos sean utilizados inicialmente como tratamiento adyuvante de ciertas enfermedades, pero a la larga también podrían llegar a ser consumidos periódicamente para evitar los efectos nocivos de la acumulación de células senescentes, es decir, para retardar el envejecimiento. Para que esto ocurra, es imprescindible que los senolíticos no presenten los efectos secundarios que, lamentablemente, presentan a día de hoy, por lo que posiblemente haya que esperar la llegada de una segunda generación de fármacos para que su uso pueda generalizarse y ayudar a mejorar la calidad de vida de las personas.
¿Qué opciones tenemos actualmente?
A la espera de ese gran hito científico, ¿qué podemos hacer ahora para poder vivir más y mejor? Comer de manera equilibrada, evitar el sobrepeso, realizar ejercicio de forma regular, no fumar y evitar el alcohol son, entre otras, soluciones simples pero efectivas, ya que han demostrado reducir el desgaste de los tejidos y, con ello, el riesgo de sufrir enfermedades. Más allá de estas recomendaciones, no hay nada más que sepamos que tenga un efecto relevante sobre los mecanismos biológicos del envejecimiento. En estos momentos, no existen dietas mágicas, ni siquiera las basadas en alimentos antioxidantes: a pesar de que los radicales de oxígeno son de los factores conocidos que contribuyen al envejecimiento, ningún experimento ha demostrado que los antioxidantes consigan controlarlos.
Comer de manera equilibrada, evitar el sobrepeso, hacer ejercicio regularmente, no fumar, evitar el alcohol… son soluciones simples pero efectivas.
De la misma manera, no hay ninguna prueba de que la restricción calórica sostenida en el tiempo (o una de sus variantes, el ayuno intermitente) mejore el proceso de envejecimiento en humanos, a pesar de que ya hay mucha gente que lo está probando. Algunos experimentos pretenden comprobar si este efecto, que se ha observado en la mayoría de los animales estudiados, también es visible en humanos (sin ir más lejos, en mi grupo de trabajo tenemos un estudio clínico sobre este tema que esperamos concluir en un par de años). En todo caso, resulta prematuro lanzarse a seguir esta o cualquier otro tipo de dieta que se venda como método de anti-envejecimiento que incluso podría ser contraproducente.
La conclusión a la pregunta del título sería que aún no hemos descubierto el secreto para vivir más y mejor. Hay que dejar que la ciencia haga su trabajo, que siempre es más lento de lo que querríamos. Sabemos mucho sobre el envejecimiento, sin duda, pero aún nos quedan lagunas importantes. Al fin y al cabo, no hace tanto que hemos descubierto los mecanismos básicos que lo regulan y seguro que se nos escapan cosas. Hace falta más tiempo. Estoy convencido que encontraremos alguna manera de mejorar la esperanza de vida (más de una, seguramente), pero hoy por hoy es difícil predecir cuál será. Es muy posible que la primera persona que se tomará una pastilla anti-envejecimiento ya haya nacido. Espero poder vivir lo suficiente para verlo.